Los liqúenes son vegetales formados por dos seres de naturaleza distinta: un hongo y un alga que viven en común. El hongo provee ai alga del agua y la sal que ésta necesita y recibe de su compañera alga la alimentación necesaria para vivir. El organismo de un liquen es por lo tanto doble.
Los liqúenes crecen en las rocas, piedras y paredes desnudas. Su color es generalmente verde muy claro o grisáceo.
En los paÃses nórdicos, los liqúenes desafÃan los frÃos polares y concurren a formar en medio de las nieves esas inmensas extensiones vegetales llamadas tundras.
Los liqúenes se desarrollan también en las laderas de las montañas húmedas o sobre el suelo, formando una alfombra, o envuelven a los árboles y caen de sus ramas como barbas venerables. Otras variedades, por lo contrario, prefieren los sitios más secos, más cálidos y más pobres.
El maná del desierto es un liquen que el viento desparrama bajo forma de pelotitas comestibles. Debe su nombre al relato bÃblico, según el cual un manjar milagroso llamado maná fue enviado por Dios a los israelitas en el desierto de Sinai.
Muy resistentes, los liqúenes presentan todos los caracteres de la reviviscencia, es decir que en tiempo de sequÃa son capaces de suspender todas sus funciones vitales, para volver a ellas en cuanto desaparecen las condiciones adversas.
Los liqúenes que crecen en los bosques son de color blanco amarillento. La «barba de los bosques» cuelga de las hayas y de los robles como tela de araña.
Además todos los liqúenes, pero sobre todo ciertas clases privilegiadas, tienen el poder de disgregar las rocas, segregando substancias corrosivas. Eso les permite penetrar en un soporte mineral y formar cuerpo con él. AsÃ, se ven liqúenes en muros, techos y hasta vidrios. Por ese motivo causan tantos estragos en los edificios antiguos. En algunos monasterios de Italia, los liqúenes se hallan incrustados hasta en los vitrales. El famoso Kreisker de San Pablo de León tiene sus delicadas aristas dobladilladas con un liquen dorado que se torna aterciopelado en las horas del sol.
Desde hace muchos siglos los liqúenes han roÃdo los muros y los grandes ventanales de las iglesias para poder incrustarse en ellos. En su avance llegan a quebrar los vitraux.
Gracias a esa extraordinaria resistencia a los agentes externos, los liqúenes fueron, en eras geológicas pasadas, los primeros habitantes de las zonas rocosas y de los nuevos continentes a medida que iban emergiendo de los océanos. Ellos desgastaron y demenuzaron las rocas, cuyos diminutos fragmentos mezclados con los propios restos orgánicos de los liqúenes, formaron la primera capa de tierra fértil que harÃa posible la vida de vegetales superiores y, ulteriormente, la de los animales.