Los exploradores que hoy escudriñan con sus linternas las tinieblas de esas incontables cavernas que habitaron los hombres primitivos sienten de pronto un pavor desconocido.
Penetran en efecto en un mundo donde nada cambió a pesar de los siglos y siglos transcurridos. Vientos helados suben de las entrañas sombrÃas de la tierra y la luz que alumbra al explorador proyecta sombras fantásticas que lo transportan a épocas remotÃsimas y olvidadas.
Combate entre un Tricerátops, gran dinosaurio acorazado, y un iguanodonte. En el cielo vuelan grandes pterodáctilos, con pico armado de dientes y alas membranosas.
Vamos a vivir una extraña aventura al emprender un viaje tan largo como la historia de la raza humana, entre los hombres oscuros y desconocidos que escalonaron penosamente los peldaños de la civilización, y que guiados sólo por la luz de su inteligencia supieron imponer poco a poco su dominio sobre la naturaleza hostil.
¿Qué hombre de nuestros dias se atreverÃa a enfrentar un león, armado solamente con una maza de piedra?
Estamos, pues, gracias a la posibilidad de volver hacia atrás en el tiempo, en un paÃs desconocido, escarpado, árido, donde tupidas selvas, parecidas a barreras infranqueables, cierran el horizonte. Más allá, en las dilatadas praderas, gigantescos animales se desplazan pesadamente, paciendo heléchos y arbustos desmesuradamente grandes.
Ésta es la visión que se hubiese presentado ante nuestra mirada hace millones de siglos.
En el artÃculo documental anterior hemos visto ya los principales animales que poblaron la Tierra en las eras primaria, secundaria y terciaria. Ahora, dejando atrás ese mundo en el cual el hombre no ocupaba todavÃa el lugar que le corresponde, remontémonos al principio de la era cuaternaria.
Los grandes cataclismos se han producido ya y la superficie de la tierra ha lomado en general la forma que conserva actualmente. Estamos en el primer perÃodo, llamado edad de piedra o paleolÃtica (unos 200.000 años atrás en la prehistoria) (l). En el umbral de una cueva vemos a unos seres primitivos inclinados hacia adelante, toscos, macizos, barbudos, cubiertos con pieles de animales y armados con porras de madera o piedra. Titubeamos en reconocerlos y, sin embargo, son nuestros antepasados.
(1) Sobre la cantidad exacta de años los sabios no están todavÃa de acuerdo.
Osos gigantescos, fieras temibles, animales anfibios, amenazan continuamente la vida de estos primeros hombres.
Miles de años, sombras y terrores se suceden antes que el hombre aprenda a tallar la piedra que utilizará en sus cacerÃas. Después se agrupa con sus semejantes emprendiendo la lucha, victoriosa al fin, contra enemigos que creÃa invencibles. El fuego, precioso elemento caÃdo del cielo, es religiosamente conservado en lugares subterráneos, porque si se extinguiese nadie sabrÃa cómo reavivar su llama. Y los siglos siguen sucediéndose uno tras otro.
Se aproxima un gran carnÃvoro. Los hombres de la caverna se aprestan a la defensa con lanzas de piedra.
Estamos ahora en una época relativamente cercana a la nuestra. Esqueletos descubiertos en cavernas, fuegos apagados, piedras talladas en forma de flechas, son los documentos que nos permiten reconstruir la historia de nuestra especie, desde el hombre de Neanderthal (asà llamado por el lugar dohde se encontró su cráneo) hasta el hombre de Aurignac (descubierto en una cueva de dicha localidad), mas inteligente y parecido a nosotros por las proporciones de su cuerpo.
En muchas cuevas, como en las famosas de Altamira, en los Pirineos y en la de Font-de-Gaume, se han descubierto espléndidas pinturas, ejecutadas en las profundidades de las cavernas a la luz de primitivas antorchas. Representan lobos, osos, jabalÃes y bisontes que todavÃa hoy parecen brotar de las paredes rocosas. Ellas demuestran que el arte habÃa empezado ya a embellecer la vida de nuestros antepasados.
En sus primeras tentativas para cruzar lagos y rÃos, los hombres deben luchar con enormes anfibios, similares a cocodrilos.